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“Dejar entrar el cielo y los árboles en las habitaciones”

La casa de Victoria Ocampo en Palermo

La casa de Victoria Ocampo en Palermo
Escondidos detrás de la arboleda, los muros blancos y despojados de la casa de Victoria Ocampo en Palermo Chico  -Rufino de Elizalde 2831- asoman desafiantes entre las mansiones de estilo academicista francés.
La increíble historia de la primera vivienda argentina de estilo moderno ahora es accesible para todos gracias al trabajo de refuncionalización llevado a cabo por el Fondo Nacional de las Artes.
Esa historia se remota a 1928, cuando la casa fue inaugurada y produjo el efecto de una obra vanguardista, dividiendo al público entre detractores y admiradores.
Entre los primeros se encontraban los vecinos de Palermo; entre los segundos, los miembros del grupo Sur y Le Corbusier. Entre ambos, Alejandro Bustillo, quien dirigió el proyecto para Victoria Ocampo a regañadientes y después prefirió condenar a la obra como un desvío sin sentido dentro de su trayectoria.
Pasados los años y apagados los ecos de la discusión, puede pensarse que la casa representa, más que una ruptura vanguardista, un equilibrio inestable entre tradición y renovación. La casa tiene tres plantas principales y dos terrazas que producen la sensación de que el interior se continúa en el exterior y que los árboles irrumpen en el espacio interno. La luz penetra a raudales y hace resaltar aún más la diafanidad. La distribución de los cuartos, de las aberturas y de las chimeneas respeta los ejes de simetría y los órdenes compositivos clásicos. Pero este orden tradicional es violento por elementos como la escalera, que está desplazada hacia uno de los muros perimetrales de la casa.
 
El arte despojado

La concepción arquitectónica moderna puede leerse en el orden repetitivo de los volúmenes cúbicos, las dimensiones y los materiales en todas las plantas. 'El sistema constructivo es el mixto, que se usaba entonces, ya que las técnicas de hormigonada no estaban del todo desarrolladas', explica el arquitecto Néstor Otero, curador de la muestra que se realiza en la casa.
El concepto fundamental fue crear una arquitectura despojada: 'Tenía hambre de paredes blancas y sin molduras, sin adornos por fuera como por dentro', cuenta Victoria Ocampo en sus Testimonios. El arquitecto Ernesto Katzenstein resumió así la estética de la casa: 'Una síntesis extrema absorbe las anécdotas y elimina los detalles, privilegiando el goce del espacio, el lujo de las proporciones, las imprevisibles variaciones de la luz'.


    

    

Victoria vivió en la casa de Palermo doce años. Los nuevos dueños tergiversaron la idea original y afrancesaron el interior, cargándolo de molduras, pero manteniendo la fachada. La modelo Claudia Sánchez compró la casa en 1988. Cuando vio las fotos que mostraban los interiores originales, decidió devolverles la austeridad con que había soñado su primera dueña. Por fin, después de otros doce años, la casa fue adquirida por el Fondo Nacional de las Artes para ser transformada en un centro cultural. La cocina, que no era la original, fue anexada a una habitación de servicio para crear un gran salón donde puede verse la colección de la revista Sur, ediciones originales de libros de Victoria Ocampo y reproducciones de las cartas manuscritas que Victoria le envió a Bustillo.
”La vida de Victoria Ocampo es un ejemplo de hospitalidad”, dijo Jorge Luis Borges en un homenaje a la directora de Sur. Recorrer la casa, su historia y su presente, es participar de ese don.

Diario Clarin
Suplemento de Arquitectura

 
Victoria y una sutil armonía para ambientar


Nuevamente el barrio se opuso a la construcción. Creían que desentonaba con sus mansiones calcadas de Europa. Pero Victoria los desoyó.
Waldo Frank, novelista, hispanista e hispanoamericanista estadounidense, sensible a este nuevo espacio, escribiría: “En este conglomerado de elegancias prestadas, y levantada por una clase demasiado joven aún para dejar hablar públicamente a su corazón, se ve una casa sencilla, espalda con espalda del palacio retórico de la Embajada española. Es como un rayo de sol brillando en un lugar de felpas y de sedas. Las paredes de esta casa son ladrillos blanqueados. Las ventanas son apaisadas y ocupan íntegramente las paredes. Estrechas en el primer piso y más anchas a medida que ascienden la fachada. En el metal gris de las puertas se destaca una aldaba de bronce y la verja que rodea la casa está flanqueada por cedros. Cuando en verano se levantan del todo las ventanas, los cuartos se convierten en pórticos. No hay cuadros. En el comedor, una antigua mesa inglesa de caoba sostiene un vaso de barro con un cactus pequeño”.

La dueña de casa no se cansaba de explicar que había querido hacer entrar en las habitaciones al cielo y a los árboles, que había querido espacio, paredes blancas y desnudas, “un fondo tan neutral y tan claro que el color de la cubierta de un libro, el amarillo de un sombrero sobre la mesa, una flor en un vaso, una mancha de cielo azul reflejada en el espejo, fuesen de pronto una fiesta para los ojos…”.

El interior —el que Le Corbusier admiraría por la facilidad y gracia con que Victoria había resuelto “la aventura del mueble”— tenía una mesa de caoba en el comedor, un tapiz de Picasso, otro de Léger, un piano, y libros dispersos por todos lados. No había objetos inútiles. Las cosas estaban colocadas de acuerdo al uso que se les deba, exactamente como explicó Victoria en su Autobiografía VI: “desde el momento en que un mueble está colocado sin sentido, molesta”, y agregó: “el amueblamiento de los cuartos es algo que siempre me ha fascinado. La simpatía o la antipatía que los cuartos pueden inspirarme es violenta. Casi física. Como un clima. No se trata de un porcentaje de lujo o de objetos de valor artístico y monetario que puedan tener, sino ante todo, de una armonía sutil... para mi felicidad es necesario que un sillón Luis XV sea un sillón Luis XV, que una silla de cocina o una mesa de caña sean una silla de cocina y una mesa de caña…”.


     

*Publicado en Fundación Victoria Ocampo.
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